¿Qué es eso que callas y ensordece tu VOZ?
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Había aprendido a sobrevivir en un silencio abrumador.
El silencio de la censura.
El silencio de la exigencia.
Un silencio sórdido de mandatos y normas sin sentido. El silencio que acallaba otras voces, otros miedos…
Un silencio que pedía a gritos desmintiendo calumnias, dando permisos a otras formas, a otras ternuras, al amor…
Su silencio que pulseaba, desenmarañando redes…
Su silencio que luchaba por traer luz y calmar el dolor…
Silencioso el instante que le ganó al llanto, poniéndola el destino –durante 40 días- sobre la delgada línea entre respirar y no. Desoladora elección.
Fue desde entonces que se le volvió hábito. Aprendió su cuerpo joven de tan solo 18 meses de vida, a guardar silencio… a no expresar ni pedir amor.
Y como el destino suele jugarnos azarosamente, tanto buenas como malas psadas, sin consultarnos siquiera si nos hemos preparado o no, a la niña joven, mezcla de adulta y no, su actitud silenciosa de invisible salvadora, se le presentó en jaque… de pie y sobre el mismo tablero donde antaño solía ella esconderse y sobrevivir oculta hasta que el peligro hubiera pasado.
Así que un día cualquiera, sin registro ni motivo, el silencio empezó a transformarse. Al principio fue miedo, miedo o vergüenza, entre decir y no… Una vergüenza culposa, empañada por el temor de hablar y ser castigada, de gritar y no ser amada, de preguntar y ser abandonada.
Aquel silencio le costó el rechazo y la crueldad de su propia madre, quien eligió de nuevo la agresividad y el escondite perverso detrás de una enfermedad carente de nombre y apellido.
El mismo silencio actitudinal, que, en vez de salvarla, provocaba ahora infinidad de reacciones agresivas de sus hermanas… Hubo ruido de vasos, vidrios rotos, platillos voladores, moretones y heridas dejando cicatrices. Las de la piel fueron cerrando, lamentablemente las de su corazón no.
Y cuando ya casi creía haber sobrevivido al grito sordo, habiendo transitado otros dolores, otros vínculos… aprendió a balbucear, se esmeró por mejorar y aprender a pedir abrazos, ayuda y compañía. Conoció el amor, un amor incondicional, universal…
Entonces, sintiéndose segura, completa y lista, se lanzó al vacío, poniendo todo esto en práctica… Fue así que abrazó al silencio y lo convirtió en palabras. Perdonó a su madre y se perdonó a ella misma. Admiró a su padre, amándolo cada día un poco más.
Se amó.
A través de una carta amorosa, calma y sincera escribió a sus hermanas en la distancia. Les explicó, les detalló, les suplicó…
¡Vaya sorpresa! Como respuesta recibió el mismo silencio abrumador.
Pudo reconocerlo al instante y lo domesticó. Abrazó a su querido maestro Don Silencio, y exclamó con todas sus fuerzas y desde sus entrañas, un grito sanador: ¡GRACIAAAAAS!
Y desde entonces ese es su mantra: ¡GRACIAAAAAS!
Gracias al silencio – Silencio magistral
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¿Cuántos silencios guardas? ¿Qué es eso que callas y ensordece tu VOZ? ¿De qué te ocultas? No te apagues… por nada ni nadie en el mundo, no dejes de avivar tu luz
Silencio Magistral – Micro relato (interminable como el grito sordo y magistral que guardaba estas palabras) ♥️ 🔥✍🏼💌✅ – 07.11.2021
Retomando el #RincónLiterario
✍🏼 De la Serie: “Microrrelatos” 🙏🏽❤️
© 2021 – María Albertina Fontana. Todos los derechos reservados.
Vaya¡¡¡, he de decir que me ha sorprendido de forma muy grata este post, solom puedo decir que me parece real mente muy bueno¡¡¡,
Enhorabuena.
Muchas gracias Jordi! Nos alegra que te haya gustado y nos encanta que nos comenten y compartan su sentir. Saludos 🙂